Esta carta, ahora lo sé, debería haber llegado ya a tus manos antes de que se abatieran sobre mi vida los silencios y antes de que se secaran los charcos hurtados a la infancia, pero no lo hizo. La retuvo, estoy seguro, un revuelo de suspiros, hurtados al latido de los vientos. Y si en este momento la juzgan, silenciosa mente, tus pupilas es porque una apremiante memoria te busca desde su fondo para acomodarte en las dimensiones de una descripción exacta. Te definen: una mirada dañada por tanta insistencia en lograr arrepentimientos ajenos; una sordera sobrevenida por los pulsos perdidos en probables recuerdos; la mudez de tus dedos, amantes sinceros y amarillos de todos los despechos, incluidos los innombrables; el color violáceo de la línea de tu sonrisa recién adquirida; el miedo tibio de tus sueños pulcramente recortados; tu pelo recogido; la cintura perdida en un contorno incierto tu blusa que conquista las miradas que no pretendo.
Esta carta, ya lo ves, pertenece a ese desván donde se embotan las caricias y se rinden las sonrisas al incondicional enero. Nunca te llegará, nunca. Pero has de saber que siempre deseó volar de mi mano a tus pechos y hoy, por fin, esto no lo leas ¿Qué te estaba escribiendo?
2 comentarios:
Nunca se secan los charcos hurtados a la infancia
Y tú que lo digas!
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