cuatro relojes marcaban
mi infancia.
Rebañaban tiempos
los cuatro, por toda mi casa;
los servían en sus platos,
los revolvían, los recortaban,
en escasos minutos,
que no se veían
que nada valían.
Y aquellos tiempos, que eran uno,
segundo a segundo,
y sin recortarse, a todos los cuatro
los engañaban.
Un día, finales de la infancia,
se suicidó el reloj de la sala.
Saltó, exactamente, puntual
Y aquellos tiempos, que eran uno,
segundo a segundo,
y sin recortarse, a todos los cuatro
los engañaban.
Un día, finales de la infancia,
se suicidó el reloj de la sala.
Saltó, exactamente, puntual
desde su alcayata
hasta los añicos del suelo que lo aguardaban
desperdigados entre la maquinaria.
Sus agujas ya no,
ya no volvieron a recortar nada,
ni minutos ni cuartos
hasta los añicos del suelo que lo aguardaban
desperdigados entre la maquinaria.
Sus agujas ya no,
ya no volvieron a recortar nada,
ni minutos ni cuartos
ni la hora de los castigos,
ni la de los elogios
ni la de los elogios
que era la hora pasada.
Tres relojes, tres,
tres relojes persiguieron,
en desbandada,
las hazañas inconfesables,
Tres relojes, tres,
tres relojes persiguieron,
en desbandada,
las hazañas inconfesables,
que sucedieron,
los amores que a destiempo
me iban rompiendo el cuerpo,
y enredando el alma.
Andaban los tres con tres
los amores que a destiempo
me iban rompiendo el cuerpo,
y enredando el alma.
Andaban los tres con tres
en terna desacompasada,
en confusa sintonía
en confusa sintonía
de maquinarias,
entre prisas y aburrimientos,
entre prisas y aburrimientos,
triquitraques y trotes,
morían por todo,
como yo, y por nada.
Ocurrió que tras este tiempo,
y otros, dejé los relojes envueltos
en el olvido de mi casa.
O yo me adentré, quién sabrá,
en los aguaceros
como yo, y por nada.
Ocurrió que tras este tiempo,
y otros, dejé los relojes envueltos
en el olvido de mi casa.
O yo me adentré, quién sabrá,
en los aguaceros
de promesas olvidadas,
donde el desespero, un día
y otro, se remansaba.
donde el desespero, un día
y otro, se remansaba.
Estoy de nuevo aquí,
a la puerta de mi casa.
No oigo los compases,
no distingo las constancias
ni los toques apagados. Nada.
Ya no agitan los relojes
los silencios de las salas,
no distingo las constancias
ni los toques apagados. Nada.
Ya no agitan los relojes
los silencios de las salas,
ya no asustan sus triletes
a las tealarañas,
y son perros
y son perros
agazapados entre
abandonos, secretos, desdenes
¿quién sabe, quien sabe
si de aquella infancia?
abandonos, secretos, desdenes
¿quién sabe, quien sabe
si de aquella infancia?
2 comentarios:
Avellaneda Como autotitulada escritora, no puedo menos que envidiar la destreza con la que generás ciertas imágenes. Ese suicidio de reloj es absolutamente insuperable. Mi más rendida admiración y un beso Graciela
¡Suprime ahora mismo lo de autotitulada! Debes escribir, admirada. Lo afirmo yo, y lo mantengo ante quien diga lo contrario y no estime sus orejas.
Muchas gracias. Sabes que tus palabras valen mucho para mí.
Abrazos
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