Un pie tras otro y otro, otro y otro,
ya está.
Ha llegado puntualmente
un hombre.
Es la hora del abismo
feliz.
Ahueca las manos,
suplica.
Las dedos en su gurruño juegan
a las tinieblas
y se detienen donde el perfume
de los desvíos
rompe en espumas
sus filos
y los ángeles huecos penden
de sedas,
tramas letales del destino.
3 comentarios:
Vaya, nunca pensé que un hombre feliz pudiera suplicar... y menos a la nada!
Tópicos, tópicos. El placer y la felicidad no siempre siguen los mismos caminos. Por suerte los seres humanos somos siempre diferentes a como nos pintan los tópicos y a como nos ven las estadísticas. Los hombres felices suplican, los tristes mandan.
No mandan los tristes, mandan los infelices. Y los siguen los ignorantes.
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