martes, 19 de enero de 2010

DONDE MUERE EL VIENTO III

Huelga repetir la localización exacta del sorprendente lugar, pues desde un punto de vista científico existen pequeñas variaciones dependientes de los movimientos terráqueos y de las influencias de la gravitación cósmica en general. Pero la clave es que el viento muere –como no podría ser de otro modo- en el punto exacto donde las dos potentes corrientes oceánicas, fría y caliente, archiconocidas, alcanzan el mismo grado de temperatura.

En ese punto mueren los vientos que han llegado rolando sobre las espumas, succionando grandes masas de agua y desalándolas en su furiosa ascensión; en ese preciso punto desaparecen los ventarrones que han arrastrado loess suficiente para crear cordilleras y mesetas vastísimas, que han movido desiertos completos, que han desnudado la tierra de futuros edenes; en ese concretísimo punto se acaban los millones y millones de brisas que barrieron el mundo en continuos movimientos circulares que se desplazaban apenas unos metros cada año de su punto de arranque.

En el susodicho memorial, De Mirabile Facto, en su segunda consideración constaba un largo párrafo en que Marco Polo se hacía eco de las palabras dichas por un monje de las Meteoras en presencia de dos mercaderes de la Serenísima República. Decía, en resumen, que lo verdaderamente interesante de encontrar este lugar –del cuál el también aseguraba tener noticia cierta- era la posibilidad de poseer todos los rumores de las palabras dichas en el mundo por todos los seres humanos, desde el gorjeo primigenio de nuestro primer antecesor al último estertor de un fallecimiento reciente. Tesoro prometedor, sin duda. Tanto como vasta es la labor de desbrozar ese contradiós de palabreos, esa babel de soplos, esa gomorra de silabeos.

Marco Polo pedía ayudas en el Memorial no para librarse de la prisión ni para escribir sobre esta visión de otro viaje, sino para fletar barcos, contratar hombres y costear una expedición capaz de traer de vuelta el mayor tesoro nunca pensado: las palabras de curación, las otras de milagros necesarios, las de la maldad histórica, las que fraguaron conjuras, las que hicieron girar el rumbo de la historia, las que detuvieron el paso del sol, las que condenaron a plagas, las que ardieron, las que llovieron, las que tronaron, las que pronunció el silencio inestable de un sueño. Todas esas y más que sería preciso separar, aventándolas como paja trillada.

10 comentarios:

Noemí Carro Sánchez dijo...

Allí también mueren los suspiros?

AVELLANEDA dijo...

todo cuanto es aire y lleva el aire

Noemí Carro Sánchez dijo...

Bueno, pero el amor no se muere :)

AVELLANEDA dijo...

Eso, no sé yo. Nunca fui un experto. Así que si tú lo dices...

Azul dijo...

Vamos, que donde todo parece ser perfecto, el origen de todo, ahí que palma. Me recuerda a Picasso hablando sobre terminar un cuadro, decía que nunca hay que acabarlos; si los terminas, les robas su alma y eso los destruye.

Y no, si para uno un amor sigue vivo, éste continúa por ahí meneando la colita a través de quien lo sigue cuidando.

AVELLANEDA dijo...

pero eso del amor ¿no era cosa de dos? o mas?

Graciela L Arguello dijo...

Sólo el amor correspondido es de dos o más, Avellaneda. Pero uno que otro amor platónico puede ser eterno, razón por la cual aventaja al amor de dos, que suele ser más efímero.
Qué te parece esta receta: un amor platónico en la maleta para que dure todo el viaje, y amores efímeros en las estaciones de tránsito, como para que el trayecto sea más entretenido...
Es pura teoría, no creas...
;D

Noemí Carro Sánchez dijo...

Yo tampoco lo soy -serlo a mi edad sería una tontería, demasiada experiencia en muy poco tiempo- pero prefiero creer que el amor no muere en ningún lugar de la tierra, ni siquiera cuando uno de los dos deja de respirar.

AVELLANEDA dijo...

¡Qué bien ha sonado eso, Graciela! Es de esas teorías que apetece creer y querer. Me la apropio y que sea lo que deba ser. Lo efímero ya está constatado.
Noe, ya empiezo a dudar de tu edad.

Azul dijo...

¡Buuufff! La de veces que me he preparado ese plato, Graciela; en amores platónicos y efímeros soy un Casanova, haces lo que te dé la gana con quien, cuando y cuanto quieras.
Ayer vi "El señor de la guerra", y el protagonista, Nicolas Cage, decía: "Lo malo de casarte con la chica de tus sueños es cuando se vuelve real"