Te he dicho mil veces que ésta es mala tierra, bien lo sabes; y que yo resisitía inútilmente, absurdamente entre esta miseria de nieblas, entre estas friuras; pero hoy me ha llegado el aviso, vencimiento de fatiga. Se acabó. Yo también me marcharé como las ortigas del verano pasado. La luz de la bombilla ya se ha ido y el interruptor campanea ignorante de sí mismo. Fumaré un último cigarro aquí, en la puerta. El último, de hecho. Ya sé que dejé de fumar, no me lo recuerdes más; sin embargo, guardé aquel último cigarro para cuando me venciera el cáncer, y me venció esta tierra. No, nunca fue mía. Fue tierra sobre mí, congelada y seca. Tampoco voy a cerrar la puerta ¿Para qué? si no pienso regresar. Arrancaré la enredadera al atardecer y la tiraré en el rincón con los restos secos de mi alma y de mi pasado en el pajar caído. Hace tiempo que ya no hay nadie aquí, nadie, ya te lo he dicho. Últimamente hasta las noches llegaban desde más lejos. Llegaban desganadas y podridas, sin rumores, sin sobresaltos, sin luceros, sin ruidos de esos que hace al moverse el universo. Noches espesas, como aquellas con las que nos amenazaban los misioneros, la noche de todos los tiempos ¿Recuerdas que nos gustaba repetirlo porque nos daba mucho gusto y mucho miedo? ¿Recuerdas que eufóricos de vértigo lo escribimos en las portilladas caídas de los huertos? Y mira, hace tiempo que no sé de ti. Eso es, hoy hace exactamente ese tiempo y dos meses, más o menos; de hecho, porque casi me acuerdo, te escribo sin saber si tú estás en aquel punto del atlas viejo adonde te enviaba, cada semana una vez, la yema de mi dedo ¿de cuál va a ser? Te certifico esta carta, sin saber si has recibido alguna anterior; sin saber si vives siquiera. No obstante, no te preocupes demasiado, te escribo sin líneas, sin palabras, sin letras ni acentos ni tono ni intención ni nada. Te escribo vacíamente mientras se agrandan los silencios donde ladraban todos los perros, donde gañían todos los perros, donde aullaban todos los perros. Te escribo esta carta postrera a la que tampoco contestarás. Sí, por eso y porque no debes contestar. No, ni hablar, tu recuerdo no es cosa tuya. Es sólo cosa de los demás, monopolio mío porque ya soy solo. Ni eso, ando con el pie en el estribo ¡Claro que es un hablar! Y a la vez es lo definitivo. Esta es mala tierra ¡Claro que te lo había dicho! Pero tú no sabes nada, hay que concluir con silencios de blanca y puntillo y puntilla y mucho, mucho dramatismo. Y cuando yo me haya ido, todo esto que jamás fue tuyo ni mío se diluirá en los mapas, del asiento catastral número tresmililegibleveinticincobarraseiscuatroseis, será por los jamás de los jamases Ninguna Parte. Y así quiero que conste.
4 comentarios:
La tierra, tan cruel a veces, y tan irreductible siempre...
Así es mi tierra, Graciela. Aunque ya quede muy poco de ella.
Un abrazo de hielo y niebla
´Le esperaré en ningunaparte, en ese lugar apacible, dulce, luminoso, tierno, donde la música es tan suave que te impide pensar, y por lo tanto, sufrir, que solo hace que nos relajemos y dejemos todas las ataduras fuera del umbral. Ese es el lugar donde solo el amor y el deseo tiene cabida y es para siempre, es eterno.......
pues sera dulce espera la de tu tierra. Yo, en cambio, no conozco la Arcadia Feliz.
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