Es posible que nunca contestéis (me trae sin cuidado) y os quedéis ahí, únicamente observando en callado, pérfido, acecho. Decidme si necesitáis alguna explicación al silencio; no la tengo, pero me presto a inventarla. Y será convincente. Será convincente como todas las mentiras. Será convincente como el misterio inexistente que esperáis desvelar. Será más creíble que si simplemente os digo que no hay nada que decir, que salvo dos trivialidades, nada se me alcanza que os pueda brindar. Sé que si dijera esto sólo alimentaría vuestras sospechas de que quiero ocultar algo que me devasta, o algo que me obliga a callar. Y, en cambio, es todo tan simple. No digo nada, porque nada de lo que diga merece ya la pena. Las palabras de la vida que tenía a mano han caducado, únicamente aguardo a oír las de otros, las de cualquiera. No lo dudéis, gasté las palabras de amor, si alguna vez las tuve; gasté las palabras de consuelo; perdí las que se dedican a los amigos y hasta las de rencor y odio. Me quedan, mirad, palabras que valen no más que para comprar pan, dar los buenos días y contar minucias diarias. Me quedan unas pocas palabras muy bonitas, pero que ignoro a qué las puedo aplicar. Por eso tampoco las pondré aquí.
Marchad, marchad ya. No esperéis nada. Si alguna vez vuelvo y escribo, espero no encontraros aquí. Marchad.
2 comentarios:
Más hará falta para echarme, Avellaneda, no me creo el final de tus palabras. Un beso Graciela
por qué no me crees?
(se agradece lo del beso)
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