lunes, 30 de noviembre de 2009

Sobre el elogio del poeta Luis Miguel Rabanal


Pues finalmente el viernes pasado a las nueve y un punto pasadas empezó el recital-lectura. Los participantes muy dispuestos entre saludos, algún despistado, algún descolocado, el futuro editor del poeta, una breve presentación, el poema que Luis M. envió para ser leído en la ocasión, un breve documental y los turnos que se sucedieron en una atmósfera muy entregada a la obra del poeta. Quien más quien menos glosó su conocimiento y trato con Luis Miguel y el acercamiento o conocimiento de sus versos y prosas ¿Dónde encuentro este poemario? ¡Anda tienes el Libro de Citas! Sí, pero dedicado y no lo presto ¿Dónde puedo comprar Elogio del Proxeneta? No, en el Corte Inglés no me suena. Olía mucho a cerveza y poco a vodka, había rachas de silencio encendido y momentos de efusión que rompían en aplausos. Yo busqué al poeta, por si andaba por allí, estoy seguro de que andaba un poco guardado al fondo. Debía de ser el de la sonrisa socarrona y complacida que se fue justo después de que sonara el saxo y antes de el poema de ella y de los agradecimientos de su padre. De hecho iba saludarlo y a sacarlo al estrado de la vela, pero el nudo ese de la garganta se me enredó y no llegué a tiempo de obligarlo.
No, autoridades locales, provinciales, regionales, académicas, culturales gestoras/es culturetas no hubo ninguna. Lo cual fue muy de agradecer. Así que tampoco hubo promesas de que próximamente se dedicará un monográfico a Olleir, a Ceide, o al dolor de Luis Miguel o a su proxeneta. Que bueno Luis Miguel, estar allí solo con tanta gente, pero no te creas esta crónica porque otras serán más exactas y estarán mejor escritas. Pero yo disfruté, me emocioné y desde el viernes a las veintitrés horas estoy esperando a que alguien me llame al teléfono para decirme que hay que repetir que va a haber otra lectura. Tengo que buscar más poemas por si acaso.
La foto me la envió Alberto R. Torices y con su permiso la reproduzco aquí.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Lo último de César Valle

Te recordaré siempre,

ya que lo preguntas,

desnuda, como la vez

de tu última carta.

Sí, ya lo sé, a mí también me ha parecido escaso. No es queme haya sabido a poco, es que me ha parecido escaso. Pero esto es lo último que me ha enviado César Valle. Y no sé si tendrá continuación o no. ¡Qué le vamos a hacer! Suerte que ya le va quedando menos tiempo en Roma.

viernes, 27 de noviembre de 2009

¡Qué hacer!

Y finalmente me sucedió. Allí, delante de todos los presentes (no muchos por suerte)me presentaron como escritor ¿Yo? ¿Escritor? Fue como un primer bofetón, como un noqueo instantáneo. Y la presentación seguía con toda prosopopeya, obsequiosa; no me daba tregua para poder reírme de mí mismo en medio de aquel cerco de lisonjas. Era necesario rectificar inmediatamente, yo no… ¿Yo escritor? ¡Por favor! Pero estaba dicho y ratificado. Ya había sonado el aplauso de aquel público ¿Hablar ahora sería peor? ¡Quién sabe! Simplemente me era imposible hacerlo en el estado que me encontraba. La pierna izquierda bailaba enloquecida sobre un pedal inexistente. Las manos giraban convulsivamente y se aquietaban la una a la otra por turnos. El cuerpo retorcido y vuelto a retorcer no acababa de componer la posición menos incómoda del catálogo de ensayos. Los ojos buscaban febrilmente el punto exacto en que fijarse, ese en que es imposible que se crucen con ninguna mirada, ese que no es tan bajo que parezca de obseso ni alto, de engreimiento ni perdido en cualquier dirección como es propio de un memo. Y en ese momento los ojos me iban de lado a lado en un bailoteo de nervios. “Este escritor…” Sé que emití algún balbuceo, pero no llegué a oírlo porque se apagó por la insistencia. Por la insistencia y porque en ese momento el asiento se me pegó definitivamente al culo. Imposible levantarse, impensable huir, la silla tenía seis patas, yo ninguna. Estaba clavado a la silla como el niño atado en la trona ortopédicamente legal de un vehículo. Mi única esperanza, licuarme en aquella transpiración imparable que hacía no sé cuántos minutos me iba consumiendo. Miré al suelo. El charco de sudor inmenso todavía era inapreciable. Otro aplauso. Esperaban que hablase. Ya tenía la mueca compuesta, silabeé: Yo no soy escritor. Nuevo aplauso con risas. ¡Qué hacer!

jueves, 26 de noviembre de 2009

¿CUÁNTAS PALABRAS TE QUEDAN?

En la Justicia humana no es que no confíe, es que no creo. La llaman así y sin embargo es ley, pura y desnuda, es decir, cruel e inhumana. No creo que sea necesaria, pese a todo lo que me digan y solo otra ley me puede obligar a creer en ella, porque esa es la virtud de las leyes, la de que obligan a creer en ellas.
Pero creo en la otra justicia, en la Justicia Poética esa que el primer día de la siguiente vida te pedirá cuentas "¿Cuántas palabras te quedan?" Eso oirás y sabrás que estás a punto de saldar la cuenta de la existencia. ¿Cuántas palabras? Acaso conserves algunas de las serviciales, pero ninguna de las malintencionadas. Habrás agotado las banales, las inanes, las triviales, las de tratar asuntos sin importancia. No te quedará ni una de las dudosas, las esquivas, las dañinas, las letales, las económicas, las salutíferas, las medicinales, las degeneradas, las perversas, las impronunciables y las que soplan en el alma de los rumores.
Entonces atronará la Justicia Poética sobre la niebla de esa podredumbre humana embutida en traje caro, en togas, batas, certificados y galardones ¿Y las restantes? ¿Dónde están las que faltan? ¡Ay, de aquellos que digan no sé! ¡Ay, ese será su gran día de lamento! Cuando de sus bocas perfumadas, blanqueadas, tratadas, alineadas, botoxadas salga un Nunca usé. Nunca. Ni las piadosas, ni las desinteresadas, ni las que dan consuelo, ni las amantes, ni las amables.
La Justicia Poética fallará en favor del silencio que para esa vida fabricarán estas palabras.
En la justicia humana. ¡Dios me libre! Creo tanto que me resulta igual si está que si falta. Déjame que de despedida te diga unas cuantas palabras que me están rebosando en el alma.

martes, 24 de noviembre de 2009

ELOGIO DEL POETA, LA LECTURA NECESARIA, EL ELOGIO MERECIDO.


Nada que añadir al título porque creo que lo dice todo, aunque yo piense que de Luis Miguel siempre hay que decir más, ya aunque él me tire de las orejas después. De hecho, por eso quiero potenciar en este blog el epígrafe con su nombre.
Salud, amigo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Carta del lector

Apreciado Arsenio

Hace tiempo que te estarás preguntando sobre mí. Te preguntarás, por ejemplo, por qué hace tanto tiempo que no te escribo ni una línea. La respuesta es bien sencilla, me he dedicado a recorrer bibliotecas, clubes de lectura, me he encerrado en un par de cursos sobre literatura y análisis comparado. Me han dejado un libro de Musil, El hombre sin atributos, lo he leído y estoy deseando hablar sobre él contigo, personalmente.

Sigo empeñado en esto de significar algo en el mundo de los libros y he alcanzado una cierta notoriedad entre los aspirantes como yo. He viajado a Roma para conocer la biblioteca vaticana y estando allí conocí a César Valle. He pasado dos días con él y me ha hablado mucho sobre ti y sobre antiguos proyectos que tú ya debes de haber olvidado, según suponía él.

Volveré a tus clases pronto, cuando tenga más conocimientos para poder disfrutar de una buena discusión sobre uno de esos libros con los que siempre me has impresionado.

Saludos de tu alumno

miércoles, 18 de noviembre de 2009

polka de los apagados

Cuatro relojes, cuatro,
cuatro relojes marcaban
mi infancia.
Rebañaban tiempos
los cuatro, por toda mi casa;
los servían en sus platos,
los revolvían, los recortaban,
en escasos minutos,
que no se veían
que nada valían.
Y aquellos tiempos, que eran uno,
segundo a segundo,
y sin recortarse, a todos los cuatro
los engañaban.
Un día, finales de la infancia,
se suicidó el reloj de la sala.
Saltó, exactamente, puntual
desde su alcayata
hasta los añicos del suelo que lo aguardaban
desperdigados entre la maquinaria.
Sus agujas ya no,
ya no volvieron a recortar nada,
ni minutos ni cuartos
ni la hora de los castigos,
ni la de los elogios
que era la hora pasada.
Tres relojes, tres,
tres relojes persiguieron,
en desbandada,
las hazañas inconfesables,
que sucedieron,
los amores que a destiempo
me iban rompiendo el cuerpo,
y enredando el alma.
Andaban los tres con tres
en terna desacompasada,
en confusa sintonía
de maquinarias,
entre prisas y aburrimientos,
triquitraques y trotes,
morían por todo,
como yo, y por nada.
Ocurrió que tras este tiempo,
y otros, dejé los relojes envueltos
en el olvido de mi casa.
O yo me adentré, quién sabrá,
en los aguaceros
de promesas olvidadas,
donde el desespero, un día
y otro, se remansaba.
Estoy de nuevo aquí,
a la puerta de mi casa.
No oigo los compases,
no distingo las constancias
ni los toques apagados. Nada.
Ya no agitan los relojes
los silencios de las salas,
ya no asustan sus triletes
a las tealarañas,
y son perros
agazapados entre
abandonos, secretos, desdenes
¿quién sabe, quien sabe
si de aquella infancia?

lunes, 16 de noviembre de 2009

Il destino si chiama Clotilde

¡Síííí!
Me lo han regalado. Hoy. Esta noche. Esta misma noche. Me han regalado "Il destino si chiama Clotilde" de Giovanni Guareschi. Así, en italiano. Lo andaba buscando desde hace tiempo, sin fortuna ninguna. Lo buscaba porque lo recordaba de una lectura muy antigua, muy antigua y muy divertida. Ahora sabré la dimensión exacta de mi recuerdo. Ahora recordaré por qué:
Tutti erano innamorati di Clo: Pio Pis ne era pazzo. Soltanto Filimario Dublè non era innamorato di Clotilde. E questo sarebbe...

Os dejo. Me retiro a leer. Vuelvo a tener catorce años y algún mes y me apasiona el italiano. Grazie tante, Rossi.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Índice de olvidos



Hace unos días, Adolfo A. Barthe, mi amigo, inauguró exposición en León. Le agradó pedirme unos renglones para acompañar el tríptico de presentación. Son estos. Él dice que le gusta, pero no le hagáis caso, es mi amigo.

Índice de olvidos

Índice de olvidos ha llamado a esta exposición el artista, Adolfo, y quizá quiso decir Elegía de noviembre, pero le llamó Índice de olvidos porque, a su oído, la voz antigua de Ovidio no dejaba de susurrar: Quidquid tentabam dicere, versus erat “todo lo que intentaba decir, verso era”. Y asintió Adolfo a esta frase triste, que ya había pintado los siete grandes cuadros, los que contienen el secreto infinito, el que carece de palabras. Siete cuadros como pilastras, siete cuadros como las nieblas que sostienen el mundo cuando empieza a difuminarse empujado por el vértigo de alguna visión sagrada. Siete cuadros, uno de la gran luna, simbolista y azul, azul ceniza; uno de cardos bellos y uno de envenenados, bien nuestros ambos; uno del artista que ha ocupado su propio espacio, para confesar quedo a la armadura de Orlando Furioso: forse altri cantera con miglior plectro, “Quizás otro cantará con mejor plectro”; uno de rostros perdidos y ruinas olvidadas en la frente de este artista, rostros de cuencas vacías, rostros sin ojos para su propia ruina; uno del regreso ya imposible del poeta de vario nombre, poeta perdido entre los adjetivos y un olvidado exilio; uno, en fin, de la Asunción. Y en torno dispuso una secreta algarabía de miradas más pequeñas, diminutos olvidos cotidianos, como un jardín apenas posible, como el perfume inextinguible de una revelación largo tiempo repetida y sin amo.

A sus cuadros han vuelto las brumas que nunca desaparecieron, los aromas de la levedad pasada, la que nos invita a morir en una mirada; las aguas quietas que son epitafios borrados, donde consta que el cielo de los hombres está vacío y su infierno, cerrado, y que la condena al silencio es el espejo de sus vidas. En ellos el mundo es un círculo y en él encajan todos los recuerdos que no hemos sabido forrar de olvido. ¡Oh, sí! Adolfo lo sabe. Sabe que para perpetuarse debe escanciar generosamente los barnices del olvido, lijar a fondo los recuerdos para que no se parezcan a sí mismos, y velar y velar y velar con el empeño de la diligencia que borra aquellas aristas que nos permiten intuir la imagen requerida para un justo olvido, la que se parece, sin ser la imagen misma.

Pasead entre estos cuadros los que habéis acudido y calculad cuánto espacio hay entre dos columnas y la muerte. Recorredlos de abajo arriba, alzad la mirada y enteraos de la hora, apenas queda tiempo de sentarse porque es noviembre y se agotan los aromas, se amortigua el aire, palidece la luz… El paraíso terrenal es en este preciso instante el final de un lamento perdido, un hexámetro, una endecha mal traducida al gris. Volved al primer cuadro donde Adolfo ha guardado el fiero cuchillo de la ausencia. En el tercero ha vertido un tósigo de amor en desesperos y el sexto lo ha cubierto con mil llagas del cansancio de sus manos, regado con sudor de dulces fatigas, el onceno está acabado con polvillo de las ansias que no cesan, que no se mitigan. Y en el final, el último aún de vuestros pasos, adonde os guían las estelas de infeliz hermosura, permaneced alerta porque sin el pintor quererlo se ha escondido el hado, siempre adverso.

Recobrad la esperanza los que esto veáis, esta muda biblioteca enmarcada sin la pesadez de los hexámetros. Pues es noviembre y está dicho que en este mes regresen a la memoria los términos placenteros de nuestros sentidos para que cada hombre sea el héroe que sigue en pie, para que la vida rinda al ocaso las cuentas de su nacimiento. Recobrad el ánimo y ved que Rilke está alzando el telón y que el escenario siempre es el de la despedida y quién no se inquieta frente al telón de su corazón. Recobrad la presencia y obrad, vosotros, que siempre sois espectadores en todas partes y nunca alzáis la mano si no es para decir adiós. El pintor, Adolfo, ha pintado y en ese retrato de familia está la obsesión de la infancia y la ignorancia del hombre y el monumento a la vida.

Ahora que habéis pasado dos veces y habéis comprendido que volveréis a pasar otras treinta más frente a estos columnarios de altas melancolías, ahora que habéis intuido los bosques de lágrimas y el sendero lejano de las sibilas, ahora que se han cerrado para siempre las nubes de la Gloria. Ahora que en silencio ha hablado Adolfo. Adiós os digo.


http://adolfoalvarezbarthe.spaces.live.com/


lunes, 9 de noviembre de 2009

CARTA A MIS AMIGOS

Carta a mis amigos

Os pido disculpas por la desaparición. Hubiera querido ir a recorrer las orillas de Ceide en otoño, pero cometí el error de volver a mi pueblo. ¡Tan bonito! ¡Tan despoblado! Con aquella casa vacía y restos huecos por todas partes, y frío, un frío viejo y desdichado. Por un paseo de una hora, semanas de melancolía. Cosas de la serotonina, según he oído decir. Después, he andado a escobazos con todos aquellos fantasmas. Y lavándome la melancolía de las manos y del bolígrafo.

El resto es otro intento de escritura que probablemente se llamará “Misericordia, 13, entresuelo”. O algo así si es que llega a verse acabado como tal. También he aprovechado para leer un poco. Algo de Eduardo Mendoza, otro libro de un autor poco conocido (otro aspirante a worstseller y algunos poemas antiguos de Luis Miguel, pocos, mezclados con un dedal de ginebra y restos de jazz que aparecieron en una emisora al azar.

En fin, disculpadme pero es noviembre, y noviembre siempre me la juega. Se lo agradezco porque me devuelve a la realidad, a esta realidad que no contiene ningún otro mes, ningún otro instante. Es como una cura que, a cambio, me permite disfrutar de olores, de sabores, de… del reino de los sentidos en pleno. Lo malo es que ese disfrute cada vez tiene más que ver con recuerdos que con realidades. Ley de vida, supongo.

Os pido disculpas, amigos, pero he vuelto, porque no me ha quedado más remedio que volver.