domingo, 27 de noviembre de 2011

El Cimbre

La cuesta del Cimbre se escurre mansa, silenciosa hasta los salgueros del río. A su derecha, siete fincas en barbecho; a su izquierda, restos de dos viñas que escardan un par de cuervos viudos, y ya cerca del río restos del castillo de la vieja noria. Enseguida el puente, y las paleras, y el cauce de piedras que está a punto de visitar el río.
Por el otro lado, la cuesta del Cimbre casi no se llama así y desciende en un zizagueo retozón hacia la promesa de trigales en sueño que acunan la entrada de Morales. El día se está enfriando en el color de las cinco de la tarde y ya no quedan ruidos que llamen a los pájaros o consuman a las ovejas en la loma. El galforro no ha salido hoy a volar.

NI FALTA QUE OS HACE

Ya sé, ya sé. Nunca debí dejar el pueblo. En realidad, nunca debí dejar los campos, los surcos, los adiles y las cuestas. Lo mío -siempre lo he sabido- son las solaneras y los embriegos, el andar delante a las cancinas y las parideras, y el andar detrás a las rabonas y las colirrojas. Un día leí un libro y ya me engañé para siempre. Bajé la vista y se me pintó que andaba en las llanuras del Pérgamo de grandes puertas, otra vez entre los calafates y las viejas fábricas de brea del londres de molde. En realidad, lo único que siempre he sabido leer medianamente es la llamada del invierno en las zarzas del vago raso, o la marcha de las mieses en el baile de los grillos viejos. Ahora sé que pagué aquel dinero para olvidar las palabras que me servían de algo, para cambiarlas por estas que parecen mías pero son de otros a los que no entiendo, a los que no aprecio.
No volveré al pueblo. Volveré solo a la solanera del cruce, y levantaré la pared del corral viejo. Allí me encontraréis. No. No me encontraréis. Ya no me dejaré encontrar. No estaré para nadie. Ni falta que os hace.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Luis Miguel me ha dedicado este poema y me ha dejado sin palabras.

Poema para leer en voz muy baja

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Para Félix Fernández López

El desamparo era un mastín que ladraba
siempre a las tres de la tarde.
No sabía aún el viajero
de la tenacidad de ciertas ortigas
que pudren las manos después del amor.
Los faroles hablan de un tiempo
que ocurrió sin más intervalo,
de escobas ardiendo en Montecorral
como un suspiro en las piérgulas de antes.
Algo pasaría en ese paraje ignoto
que ahora se cumple.
Los afiladores traen la muerte
en sus coderas de badana, los niños
ni siquiera se asoman al sol de marzo.
El viajero eres tú
y la desolación escucha tus latidos.
No, no debes volver.

martes, 1 de noviembre de 2011

Puede decirse

Puede decirse que hoy la niebla volvió puntualmente. Más tenue y serena. Apenas un cendal inmóvil acariciando los rostros de los primeros caminantes. La primera niebla de otoño cobrando con caricias de gorrión muerto las gabelas del año, caminando sobre la alfombra de la próxima desolación llegó a la hora precisa. Me susurró las viejas sílabas del secreto que le confié y se disolvió imperceptiblemente en la tibieza de los crisantemos. Huele a hierba silenciosa y a humedad de epitafio en los jirones humosos que ha dejado esparcidos por el suelo.