Desde la pared noroeste de Platadilla no se ve el margen izquierdo del Támesis los días de niebla intensa. Don Carlos pasea arriba y abajo a lo largo de la línea de piedras; abajo y arriba, y vuelta a empezar. Se detiene junto al portillo y husmea desde allí el olor de betunes que sube desde el río podrido. Entonces anota algo sobre una losa, con una caligrafía lenta y persistente. Firma Dickens, siempre, pero se abstiene de rubricar el apellido. Alza otra vez la barbilla, reta la cumbre azuleante del Teleno y el viento que le descoloca las ondas del cabello, cuidadosamente asentadas, le arranca unas lagrimillas insípidas. Asienta los pulgares en los segundos bolsillos del chaleco y vuelve a pasear junto a la pared dictando a la hierbaloca la sentencia del mundo: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al..."
Cada enero el señor Dickens, don Carlos, regresa a Platadilla para recoger las letras que quedó a deber a Peggoty, para resembrar el silencio que hurtó a sus editores.
3 comentarios:
Encontrar en uno de esos paseos a Don Carlos ¡Qué hermoso sueño!!!!!! Daría media vida por hacerlo realidad. Y por encotrarlo caminando a tu lado, la otra mitad. Un beso Graciela
En Platadilla espero encontrarte cualquier tarde escribiendo sobre la vejez de sus rocas o la intensidad de sus sequías o, tal vez, dictándole a mi roble la velocidad de tu tango. Un abrazo, Maestra.
Pero qué grande Dickens, pero qué grande todo. Hoy estoy más enamorada de las palabras, que nunca.
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