viernes, 26 de febrero de 2010

NO ME ENSEÑÉIS MÁS FOTOS

No me enseñéis más fotos.
Os lo vuelvo a decir porque nunca me hacéis caso. No me interesan si no estoy yo y no quiero verlas si estoy yo. No me gustan esas miserias del tiempo en que nada existe: sonrisas sin ruido, besos sin huella, lágrimas sin rumor, saltos sin caída.
No me enseñéis más fotos.
¿Acaso me empeño yo en mostraros los cipreses que nunca he visto? ¿o las huidas que no emprenderé? Todo está bien así. Perfectamente dispuesto en la geometría del fracaso.
No me enseñéis más fotos.
¿Para qué? Después siempre tendré que olvidarlas cuando anote otro chasco en la libreta de la gente que ya no he vuelto a ver. Debería haberla llamado libreta de los adioses pero resulta demasiado pomposo, y en las dimensiones de mi existencia es suficiente un nunca he vuelto a ver. Un adiós, todos los adioses, suceden siempre dos veces porque dejan un rastro de volador, de fuego de artificio que unas veces es de rojo rencor; otras, de morado odio; muchas, de blanco estupor; más, de un dolor infinito e ignorante del que debes desengancharte muy lentamente si no quieres colapsar el corazón.
No me enseñéis más fotos.
Ya tengo suficiente material para fabricar todas las soledades imaginables y no voy a perder un minuto. ¿Me apreciáis? De acuerdo, si es preciso que sucumbáis a la generosidad, a la piedad o a la simple fascinación de acercaros a mí porque no soy una compañía buena ni recomendable, adelante. Sentaos por ahí, hablad en voz baja de lo que os apetezca, acariciadme, dibujad en mi piel con el filo de vuestras uñas o con la brasa de las yemas, quedaos a la distancia en que el aliento cautiva y probad a adueñaros de mi sueño. Pero
no me enseñéis más fotos.
He anotado la última entrada en la libreta de la gente que ya no he vuelto a ver. A estas horas es probable que ya no esté para nadie.

4 comentarios:

Noemí Carro Sánchez dijo...

Pues oye, a mí la foto del payaso triste que vi el otro día me inspiró tanto, tanto... (soy una mentirosa, no vi tal foto, pero seguro que existe, como poco en mi imaginación, y si no, la haré yo). El color del dolor es el negro hiriente, cuánto me costó aprenderlo...

Quizá esas fotos que tú dices sean como las alabanzas mías hacia alguna gente, quizá se queden en palabras transparentes cuando todo se vaya pero, ah, qué bonito fue escribirlas y qué bonito sentirlas. Yo no creo en la desesperación por los adioses. De acuerdo, a veces ese negro hiriente parece que tizna todo lo que alcanzas a ver, pero tiznar requiere que sea superficial, y a poco que rasques, se ve el color real. Quizá la clave no es el adiós, sino aprender a encajarlo... ¿verdad?

AVELLANEDA dijo...

O más sencillo, tal vez la clave es un ¡Hola! nuevo e ingenuo. Por ahí iba lo de las caricias y el hablar quedo.
Para mí el color del dolor siempre fue blanco, un blanco asqueroso, trazado en una perspectiva inmensa.
P.D. esta bien esto de usar el blog como si fuera un chat.

Noemí Carro Sánchez dijo...

Lo que es mejor aún es la cantidad de cosas que me quedan antes de dormir, y mírame, aquí sigo. Tengo la inexplicable manía de desarrollar mi inspiración en los momentos más agobiantes. Bueno, igual en el fondo es que no lo son tanto, las prioridades cambian. ¿Un Hola nuevo? ¡Vale! Yo me pido descubrir primero.

silvia zappia dijo...

bueno, no vendré yo a enseñarte fotos!
esta entrada tiene la fecha de mi cumpleaños...donde no saqué ninguna foto.

beso*