Por una de esas coincidencias a que te lleva el aburrimiento una tarde cualquiera, entré en un bar y, maquinalmente, pedí un café casi al tiempo que recordaba que en ese lugar había probado alguno de los peores bebedizos de mi vida. Puse fin al enojo con un suspiro y miré al televisor para no darle más vueltas a mi error. Mientras a mi lado toda la concurrencia se sorprendía viendo en el noticiero el avance de los teléfonos del futuro -promesas increíbles de la tecnología (inasible)- reunidos en una gran feria (presencial), yo me iba sintiendo más aterrorizado a medida que la noticia avanzaba. ¡Máquinas del infierno! Por la pantalla retroiluminada y totalmente plana del televisor asomaba un imbécil, spanglish él o inglisñol (no estoy seguro), que en tono divertido cantaba las alabanzas de aquel teléfono móvil, un celular del futuro más inmediato cuya singularidad consistía en detectar tu aspecto a través de una cámara de altísima sensibilidad y nosécuántospíxelesdedoblefunción, y analizar tu rostro sin importarle la guapeza o no, sino tu estrés, tu cague o tu confusión y comunicar al comunicante esos extremos de tu comportamiento. ¡Un maravilloso teléfono delator de terrores y de mentiras! Un artefacto capaz de delatarte a la policía si fuera, si es necesario. La parroquia aplaudía entusiasmada. Memos fanáticos de la tecnología que nos roba el mundo.
En plena euforia futurible, un autosatisfecho gringo calvorota, pasado de güisquis y de botellines de agua mineral, tomó la palabra como un predicador fané en plena histeria de mercadillo para hurgar en la herida que me había abierto y ahondar en la intimidación que me había aplastado contra la arista de la barra: en este modelo de teléfono estará toda vuestra vida. Es un álbum de fotos, de todas las fotos de vuestra existencia, y una oficina completa, para que no dejéis de trabajar en ningún sitio, a ninguna hora; es un bar seco, un punto de encuentro con tus amigos, hasta te permite visitar varios grupos de amigos a la vez. Con esta tecla accedes a tu red social a más velocidad que de ningún otro modo. Esta tecla te hace el rey del mundo, el ombligo del universo. Es la tecla del destino. Sin ella no existes. Simplemente no existes. Sin este móvil tú no serás nadie, tú no estarás en el mundo, nadie sabrá de ti. ¿Nadie? ¿Nadie? ¡Nadie! ¡Gracias, Dios, por haberme escuchado! A partir de julio no tendré teléfono móvil. Nunca tendré ese móvil.
Seré Nadie. Seré Nadie en ese mar de olvido, en esa antigua existencia humana, donde la gente se encuentra en la calle, se da la mano a los niños y a los recién conocidos, los amigos tosen a tu lado, las chicas tienen rasgos tan duros como sus mohínes y son inasequibles y nada neumáticas; donde las pieles transpiran si más, los ojos parpadean de pura necesidad y las mentiras no son instantáneamente detectables mediante un aura cromática.
Seré Nadie entre esas islas monstruosas llamadas Telefónica, Vodafone, en la isla de Sansung en el archipiélago Nokia y en todas las otras que me esperan con sus encantamientos a punto. Islas cuyo nombre repite una legión de sibilas con dos palmos de maquillaje y augures lampiños que repiten a seis palabras por segundo la melopea de la modernidad de turno. En algunas de esas islas olvidaré a mis amigos de carne y hueso tal como son; en otra, viviré un amor cautivo, sin tacto, peso, calor, aroma ni certeza de que quien dice es como dice. En otra, perderé mi tiempo en idas y venidas, en un trabajo inútil que no hace brotar plantas ni crecer animales. En otras y otras, perderé mi nombre y seré una identidad numérica residual o un seudónimo extraño concedido por combinación de posibilidades.
Estoy decidido. Seré Nadie. Regresaré a mi isla y prepararé los harapos para que no me vean recobrar el viejo arco. Y con el viejo arco…
2 comentarios:
Y con el viejo arco y un mar de flechas hechas de palabras sacudiré cada circuito de vuestras almas oxidadas y os haré ver con ojos y no con lentes, tocar con manos y no con garfios y sentir con el corazón y no con el dinero.
Digamos que es un Ulises vuelto a Ítaca, muy a su manera. "¡Que les corten la cabeza!"
La tecnología fútil nos ha hecho inhumanos, vaya paradoxa.
Yo tambiéna veces me he sentido así, los androides noe están comiendo el terreno cerebral y nos peleamos porque sea de la forma más cara (porque así fardamos más) y rápida posible (rebuzno).
Lo más gracioso es que nos vendan la exlusividad, y el mundo entero se sienta como tal cuando ve que tiene ese producto exclusivo, como todos (rebuzno).
Publicar un comentario