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jueves, 30 de diciembre de 2010

Me han dicho que se va

Me acaban de dar una mala noticia, muy mala. Me dicen que mi amigo, Orencio Garcés, se va. Que se está yendo de ese modo irremediable, que es para ruina del tiempo de los que quedamos. Y me ha vuelto el viejo nudo y no sé siquiera si podré acabar este texto. Mi amigo Orencio, es apenas cuarenta años mayor que yo, aunque nunca sentí esa diferencia ni ninguna otra. No sentí la diferencia amarga de su colección de sufrimientos y miedos; no sentí la diferencia de su sabiduría sencilla y generosa; no sentí la de su humor socarrón, de su sentir poético, de su bonhomía sin frontera. Sin embargo, en este mismo instante en que se me quiebran los renglones y los trazos se niegan a expresar el resto de sombras, acabo de ser consciente de los años que perdí por haberlo conocido tarde, por haber titubeado antes de franquearme con él. Hoy, siento de veras, tener oídos para conocer la noticia. Hoy, yo he empezado a irme un poco. Y basta.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Consejos

Siempre acabo preguntándome por qué doy consejos. ¿Por qué si no soy capaz de seguirlos, los doy? ¿Qué me hace creerme capaz de dirigir los pasos de alguien? Yo que sé que el viento del destino no da consejos y que ni la voluntad viene con manual de uso. Será por burlar aquella vieja regla de la inutilidad de las vidas no vividas, será por congraciarme con las sombras que regresan de melancolías pasadas, será por aceptar el derroche de fe fallida que me acompaña. Es la pregunta cuya respuesta todavía me adeudo y que, con suerte, aplazaré otro año en aras de futuros olvidos, hasta que al fin aprenda a no dar consejos para que la vida ajena se abra paso sin mi estorbo.

martes, 7 de diciembre de 2010

perdido bajo la luz


Tras tanto y tanto buscar,

de una en otra presencia

cansado, perdido bajo la luz

melancólica de las farolas

que me sacaban de la ciudad

cada atardecer,

intuí tu nombre con sabor a hierba.

Y cuando al fin te encontré

y supe que me esperabas

y alcancé el dulzor de tus palabras

y tus ojos despiertos a deshora,

estabas en el otro extremo del mundo,

en la otra esfera del tiempo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

sin apenas conocerla.


Me perdieron sus ojos de lluvia

sin apenas conocerla.

Podría decir que fue una tarde gris,

una tarde de esas que maduran

en la rama más alta de la melancolía.

Y no fue así.

La conocí mientras repasaba,

adormilado,

las caras preocupadas observándome

a la luz cenicienta que se extinguía.

Sus ojos de lluvia me perdieron

y yo que la perdía

ando buscando su luz herida.

domingo, 14 de noviembre de 2010

La mancha

Esta tarde, en la consulta del especialista, he sabido el resultado del análisis final. Las manchas que se extienden por todo el costado presentan unos bordes bien definidos; ya no cabe duda, la perfecta cristalización de la envidia era lo que en los tres últimos años había favorecido la falta de aristas y me había librado de sus punzadas. Llegué a olvidarme por completo de ella.

Los cristales se han roto. He vuelto a notar que los fríos desesperados de la antigua envidia me abrasan, que cientos de hirvientes llagas diminutas, de esas de espejo viejo, se me han instalado en el alma. Dentro de unos días la infección acabará el proceso y ya …

No. No consta cuál es la causa. Aunque tal vez sólo es que los médicos no lo dicen todo. O no lo saben todo.

domingo, 4 de julio de 2010

DOÑA AURITA, MI MAESTRA.

Doña Aurita, mi maestra, que era muy recta nos hizo llorar una tarde de nuestros siete años. Doña Aurita, mi maestra, que siempre nos hablaba dulcemente, en voz baja, nos gritó desaforada aquella tarde. Entre tanto grito, comprendimos que el motivo del enfado de doña Aurita, mi maestra, era que habíamos ofendido a Dios. Aunque yo no había visto nunca a Dios, lo había ofendido y esa posibilidad de ofender a alguien con tanto poder y sabiduría, y que estaba en todos los sitios, aunque yo no lo viera, me asustaba con una congoja que yo no era capaz de confesar a nadie. Aquella ofensa que según doña Aurita, que era mi maestra, yo había inferido no sólo había sido horrible, sino irreparable, porque yo no tenía ni idea de cuál había sido ni sabía qué había que hacer para borrarla. En casa andaba mohíno, con los amigos hablaba casi en secreto, como a punto de pasar definitivamente a la clandestinidad pecadora, recelaba de que alguien me pudiera señalar como el culpable de la tristeza de Dios, de la cólera de Dios, de la venganza de Dios.

El domingo de esa semana, el cura trajo la solución durante la misa. Todo había sido culpa de algunos chicos, cuyos nombres no se supieron nunca ni tampoco que yo estaba entre ellos, que habían pasado junto a la iglesia hablando fuerte. Pero Dios que era magnánimo y bueno, perdonaba aquella ofensa.

Yo llegué a varias conclusiones. Para ver a Dios o comunicarse con él había que ser cura o maestro. No se podía hablar a gritos cerca de una iglesia. Dios, cuando se enfadaba, se enfadaba con todos y te asustaba de manera mortal. Y por último, que yo era alguien importante, tanto que le di un quebradero de cabeza a Dios y que aquello pudo significar el fin del mundo. Y eso, a partes iguales, me producía susto y vanidad.

Si doña Aurita, que era mi maestra, viviera, sufriría de nuevo con pesadumbre y tristeza infinita al ver que yo, ayudado por los jubilados, pensionistas, enfermos, menesterosos, obreros sin cualificar, he sido el causante de la crisis económica mundial. Lo dicen los bancos, los mercados financieros, los corredores de bolsa, los multimillonarios, los grandes inversores, el banco central europeo, los lobbies, las multinacionales. Y esos lo saben, porque ven a la Economía y pueden hablar con ella. A mí sólo me queda, pedir perdón, pasar a la clandestinidad o apechugar y pagar esa crisis mundial que he causado. Los políticos, que son muy buenos, nos han prometido que por un poco más de sueldo, solucionarán esto en una docena de años, o tres, y que por un coste adicional de tocientosmillonesdeuros nos permitirán ver fútbol en la otra punta del mundo que eso es lo mejor para quitar las crisis. ¡Qué buenos e inteligentes son! Seguro que además ellos también ven a Dios y comentan con él. Espero que no les cuente lo mío.

¡Ay, si doña Aurita, mi maestra de los siete años, me viera! Diría, como don Jorge Luis, que soy incorregible.

jueves, 1 de julio de 2010

CANTO AGRÍCOLA

Ya no me cabe duda. Si algo merece un canto, una loa, una oda, es la agricultura. La agricultura con sus múltiples aplicaciones inmateriales. La agricultura de desdicha, tan preciada para los que se labran su propia desgracia; la agricultura del devenir, para los que se labran un futuro; la agronomía pura para los que en lugar de granjear tiernos corderos, granjean enemigos, enemistades duraderas y desconfianzas múltiples, frutos todos de esencias superiores.
Y como la duda no me cabe y debo expulsarla de mí, me retiro a loar, odar y cantar a la agricultura que honra a Moneta (¡Qué curioso!).

viernes, 23 de abril de 2010

A D. Miguel de Cervantes, en este día que dicen

Admirado Miguel de Cerbantes:
Te escribo otro año más en este día que dizen de tu fama, para significarte cuánto echo de menos esa tercera parte de tu Ingenioso, que nunca llegaste a prometer y que yo no me atreví a escribir tampoco. De este mundo sin fama ni fortuna, ni gloria tampoco, no puedo contarte cosa que merezca cuidado. Si acaso, que han vuelto a dar otro premio en tu nombre, los que no lo merecen, a alguien que seguramente lo merece. Los mercedarios se han ido y los moros han vuelto. Las bachilleras pululan en las aulas y los bachilleres lacazanean en los prados (parece ser que a unos y otros la hierba les gusta mucho) y a ambas especies la universidad que, sicut nefasta res abundat, las sigue surtiendo de fiestas, francachelas, borracheras, ínfulas y bobería. A muy buen precio, eso sí. Del ejército, pues me preguntas, te diré que está aquí y acullá, y que va, y que viene, pero no ha vuelto a procurarnos una sola ganancia ni territorio ni efeméride que valga recordar; y a lo que creo ello se debe a que estos más que Tercios, dirías tú que son cuartos. Como sabes, yo ya ando retirado de la corte y sus paseanzas pero por alguna noticia te digo que con todos sus prohombres y promujeres, sus faldumentas, parécemes y ofréceseos, sus culos prietos y sus bocas mofas, más que corte es ya cortea, y aún corteas pues que son tantos los que mandan y maltuercen que me cuesta encontrar a los súbditos puros.
En lo tocante a escribir sólo me queda alabarte que a tiempo dejaras el empeño, que ahora de tu libro y tu sudor sólo sacarías un veinte por ciento, y sobre ese el fisco que tiene boca de fraile y necesidad de obispo te sangrara unos buenos diezmos. Del ochenta restante haclales a impresores, libreros, almaceneros, representantes y demás patulea que se jactan de su impericia en ese patio de Monipodio que empezó siendo casa de edición y ya anda por galaxia guttemberg y puede que llegue a universo mundo de “desahogaos” y gestores. Que tú merced hoy no alcanzaría ni para una feria del libro o un plan de lectura.
Disculpa que no me extienda, pero es día de tu gloria y no quiero colmarlo con afanes del siglo, que de mozas ligeras, querellas de juzgado, amoríos desairados e hijos sin padre supiste tanto como hoy se sabe, pero escribiste menos de lo que hoy se escribe, que servicio de badajo y refajo, de culambres y follonías es la única afición que da largos beneficios en esta tu tierra, más que ya no es tierra para Alonsos, Aldonzas ni Sanchos, sino para que viva y medren Celestinas, Justinas, Maritornes y toda una bandada de pichones cimbéles.
En otra, admirado D. Miguel, seguiré contando de cuantas razones avalan que no volváis, que paz suficiente gozáis en esa tumba que no voy a señalar.
Vuestro, affmo.
Avellaneda

jueves, 8 de abril de 2010

DESCUBRIÓ QUE EL AMOR

Eria Murias había nacido vizcondesa, tercera vizcondesa primogénita de Laquemada, y durante dieciocho años no conoció otra dificultad que decidir entre dos caballos ruanos para montar o elegir entre dos collares de perlas naturales muy similares. Pese a todo, Eria Murias no era un muchacha malcriada. El mismo día que cumplió diecinueve años se enamoró, aunque al principio no supo que eso era lo que le había sucedido. Y no lo supo porque era tan ingenua que pensó que eso solo sucedía en las novelas que su tía Lila le había leído hasta los quince años, porque en aquellas novelas los protagonistas siempre se enamoraban de otros protagonistas a los que veían y que gozaban y sufrían de un modo indecible. Pero ella se había enamorado de una voz que oyó sonar en un aparato de radio, una voz indefinible, ni claramente masculina ni claramente femenina, ni joven ni vieja. Pero era una voz acariciadora, una voz aterciopelada, tibia y dulce como vino de pasas. Una voz que decía:" Hace años que las suaves colinas de Irlanda aguardan el regreso de las hadas y de los señores enanos, portadores de la luz cortante. Tú puedes ser su huésped y aspirar el aroma de los prados, mientras las briznas de hierba en tu pelo..." Y Eria cayó mortalmente enamorada de aquella voz melodiosa. Cayó enamorada un minuto y cuarto antes de que se agotaran las pilas, un minuto y cuarto antes de que enfurecida arrojara el transistor contra la pared. Fue imposible comprar otro receptor hasta dos días más tarde, cuando Eria llegó a la isla para ingresar en el internado donde pasaría los seis próximos meses rodeada de confort. Pero en la isla no se captaba la señal de aquella emisora ¿cómo se llamaba? Allí se oía cantar en árabe, hablar en seis idiomas y un sinfín de pitidos y gruñidos estelares, pero no el sonido de aquella voz. Y entonces Eria Murias, que había nacido tercera vizcondesa primogénita de Laquemada y que durante dieciocho años no conoció otra dificultad que decidir entre dos caballos ruanos para montar o elegir entre dos collares de perlas naturales muy similares, descubrió que el amor nace dulce y enseguida se vuelve amargo, imprevisible, inasible y fugaz. Y pensó que ya nunca volvería a ser totalmente feliz.

lunes, 5 de abril de 2010

La actuación, I

Hizo frío durante todo el día. Las bocanadas de aire que bajaban desde el Paso de la Yegua eran en las calles una sola ráfaga afilada, que impedía a los habitantes del pueblo las respiraciones largas. Hacia las cuatro de la tarde, cuando el sol se posó sobre la cima izquierda -la de los dos mil ciento setenta metros-, las plazas, las esquinas, los callejones se llenaron de remolinos helados, restos del último invierno más largo desde hace sesenta y tantos años. El pueblo entero se llenó de bufidos despiadados impropios de un abril mediado. Las chimeneas humeaban a las cinco de la tarde con penachos vacilantes que ascendían tímidos y enseguida se abatían en jirones lamiendo las tejas pesadamente. No había una sola puerta abierta. A las siete de la tarde, inesperadamente, densas nubes cenicientas se cernieron sobre los tejados y las techumbres de sobera. Todo el valle quedó sumido en la oscuridad. Cesó el viento y, tras las puertas, el silencio ocupó los espacios vacíos que dejaba la negritud.

viernes, 2 de abril de 2010

POSTDATA

P.D. Tú eres la única persona que sabe que estas palabras han sido escritas para ti. La única. Y yo sé que unas palabras no me van a asegurar la felicidad de tu amor desenfrenado, de tu pasión que nunca se remansará hasta la ternura en una marea de cariños sinceros, en un vaivén de caricias. Lo sé. Y sin embargo las escribo, porque eso no puedes evitarlo, para que ellas alcancen todo lo que yo no puedo, lo que ya no podré. En ellas alguien será capaz de leer un profundo amor y deseará haber podido poseerlo. Entonces ellas seguirán vivas cuando nosotros y todo lo que hicimos sea menos importante que el paso del viento entre los cabellos. Entonces ellas despertarán en otros ojos el deseo de parar el tiempo en tus labios, revivirán los arranques que yo no pude ver en los tuyos. Entonces estas palabras, ya perdidas e inútiles para mí, serán más perdurables que mis propias promesas y, además, no estarán sujetas a las diferencias de edad ni a los cánones de la belleza en este tiempo ni al laberinto de desafectos en que me muevo. Mi tiempo está cumplido. Tú lo sabes porque así lo decidiste al pronunciar aquel "no" que me dejó un cansancio inacabable. Pero, sin rencor, te envío estas palabras que te servirán de bálsamo cuando tras muchos fracasos comprendas de verdad la dimensión de lo que yo te ofrecí. Te las ofrezco con ese nombre, que sólo tú y yo conocemos, para que seas inmortal a los ojos de gentes que te pronunciarán sin conocerte, leyendo este fragmento de paraíso que siempre andarás rechazando.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Uno no pregunta nunca

Uno no pregunta nunca sobre los ancestros porque uno cree que del pasado familiar lo conoce todo, en general, y que no necesita saber nada más de esa realidad rancia e inoperante. Así que uno va por la vida como un ser único, ignorantemente único, poseído por una virtud insólita que le hace ignorar a los pretéritos y referirse a sus congéneres como “la gente”. Uno es feliz en el devenir diario porque el mañana es un continuo amanecer que avanza imparable desde los límites de los más llanos y verdes praderíos.

Y de pronto, en lo más alto del cielo más azul y brillante, uno ve aparecer una nubecilla que, por lo incómoda, bien pudiera considerarse una tormenta. Y es ello que del pasado prístino de mis predecesores ha emergido la figura de un abuelo que fue desbravador de reses imposibles para el ejército y después por un “no mires más a esa mujer” fue condenado por homicidio en rebeldía. Vivió en Camagüey y allí se amancebó sucesivamente con seis mujeres. Pendenciero, calavera, vividor y crápula, con toda seguridad, fue repudiado por consejo familiar y condenado al olvido más absoluto. No era yo solo quien ignoraba su existencia. Fue durante una de esas jornadas en las que hay que deshacer una casa cuando encontré un rimero de cartas, convenientemente atadas con un cordel encerado, con remite de los servicios postales de Cuba. Durante días leí las numerosas razones que daba a la abuela para que le permitiera volver a casa. Confesiones y súplicas encendidas de un corazón contrito, que no parecía convenir al trueno, que una letra femenina antigua había calificado en una esquina del sobre con un simple “del cabrón”.

domingo, 21 de marzo de 2010

ELLA TE HA ESCLAVIZADO

She look’d at me as she did love,
And made sweet moan.

Su mirada fugaz fue un dulce quejido que me traspasó los huesos. La sostuve el tiempo justo para imprimirla como la marca indeleble que el pasado regalaba a mi futuro. Y vuelvo a sentirla vibrando en mis centros, intensa antes de ser borrada por un pestañeo. Me mira de nuevo y desfallezco en sus brazos que nunca me sostuvieron, me pierdo en la dulzura de sus brazos, en la suavidad de sus dedos, en la lentitud de las caricias que se me negaron.
Su mirada fue una súplica para que le entregara mi deseo. Yo no la conocía de nada. Sabía que no volvería a verla, pero accedí. Y envuelto por completo de perdición, se lo entregué entero. Me lo arrebató con aquel pestañeo.
No he vuelto a verla. Nunca. Pero le arrebaté su mirada. Y yo sólo puedo mirarla aunque me haya esclavizado,

sábado, 20 de marzo de 2010

PERO YO NO QUIERO IR A VENECIA

- Pero yo no quiero ir a Venecia. Yo no te llevaré a Venecia.
- Da igual. Yo iré y tú te lo perderás.
- De acuerdo, me perderé Venecia. La asquerosa Venecia.
- ¿Por qué tienes que ser así?
- Di como siempre.
- Pues, sí. Lo digo. Como siempre.
- ¡Gracias!
- Tú y tu estúpida manía de estropearlo todo, de estropearlo, siempre, siempre todo. ¿Es que no puedes ser agradable por una vez? ¿No ser tan raro?
- Pues ya que lo preguntas, no.
- Lo ves. No puedo con esto. No lo soporto un minuto más.
- ¿El qué?
- Da igual, déjalo.
- Si de verdad te apetece.
- Lo que me apetece es vivir de una vez. Creo que tengo derecho a ser feliz, a que me hagan feliz.
- ¡Y yo te he hecho infeliz!
- Sí. Y es culpa mía por permitírtelo.
- En ese caso, me voy y te regalo una felicidad nuevecita, a estrenar. No hay nada más que decir.
- Vuelves a equivocarte. Hay mucho que decir. Hay mucho que aclarar.
- Pero no yo. Acabo de tomar una decisión.
- ¿Tú?
- No te molestaré. No te fastidiaré.
- Siempre eres tan drástico en todo, tan radical.
- Desde hace unos segundos, eso tampoco importa.
- ¡Ves! Por esto, por cosas como ésta, dije basta. Se acabó. Por eso te dije ya no te quiero.
- ¡Ah!
- No seas cínico, por favor.
- No soy cínico.
- Te dije: ya no te quiero... Y en realidad llevaba mucho tiempo sin quererte. Desde que tú dejaste de quererme.
- Nunca dejé de quererte.
- Pero si hasta me lo dijiste. Dos veces. Llegabas siempre con desgana y no cruzábamos ni una palabra, ni una sola palabra, sólo...
- Y tú decidiste que el silencio y el cansancio significaban "ya no te quiero".
- Es que era así. Lo notaba así. No eran sólo las palabras. Yo hablaba y hablaba. De tonterías, y tú, nada, ni media palabra. Me sentía... me sentía utilizada. Un cuerpo en espera y uso. Todos los días igual. Algunos gemidos, unos besos y adiós. No me querías. Si me hubieras querido...
- ¡Y tú que sabes si yo te quería y cuánto!
- Lo sabía. Lo sé.
- No tienes ni idea.
- Tú si que no tienes ni idea de lo que te pierdes...
(...)
(...)
- De todos modos ya da igual. Que seas feliz en Venecia.

jueves, 18 de marzo de 2010

EL LETRERO APAGADO

Nunca sabré por qué me atrajo el letrero apagado de aquel bar, pero mis pasos buscaban su puerta desde que crucé el puente sobre aquel resto de río, al otro lado de la ciudad. Caminé convencido de que no encontraría ningún local abierto. Todos. Todos estaban abiertos. Sin embargo fui pasando de largo por delante de todos ellos. No me atraía de ellos que estuvieran casi vacíos, que estuvieran tan llenos, que tuvieran tanto humo, que parecieran tan higiénicos, ruidosos, silenciosos. Excusas, excusas, excusas. Ahora estoy convencido de que instintivamente caminaba hacia aquel bar. Mis pasos siguieron todo el tiempo una ruta inequívoca, que no marcaba yo. Con pasos de autómata subí la cuesta con una ligereza próxima a la ebriedad. Los pies leves y rápidos me llevaban, sin un roce apenas, por los secretos raíles que esquivaban a la muchedumbre que atiborraba aceras y calzada. Armados de botellas, vasos, extraños recipientes de plástico, indefinibles contenedores de líquido ocultos en bolsas sin publicidad. Bamboleantes seres babeando frases ininteligibles, estúpidos tentetiesos que peroraban a gritos, beodos convulsos y hediondos exhibicionistas de vómito y orina. Detrás de todos ellos se abría la puerta con una oscuridad a prueba de deseo. Pero entré. Nunca sabré por qué. Y sucedió. No me arrepiento, no me preocupa que sucediera sino no saber qué me dominó y me llevó hasta allí.

domingo, 14 de marzo de 2010

POR MI LADO

Bebí el último sorbo de café. Éste ya no me quemó los labios. Doblé el periódico y lo dejé sobre la barra "La crisis sólo afectará al 40%..." La calle estaba casi vacía bajo un cielo de claridad cenicienta. No olía a queroseno, todavía no. Un atisbo de brisa soplaba en mi dirección. Caminé hasta la plaza y me detuve en el escaparate de la floristería. Miré un pequeño ramo de flores azuladas, que ni siquiera sé cómo se llaman. Sonreí. Bordeé la plaza. Torcí en la esquina de la calle Roma y un cosquilleo se me instaló en la base del esternón. Era como el resto de una ráfaga de nostalgia y de curiosidad. Me giré hacia atrás. Nadie. Otra vez estaba mirando un escaparate. Destacaban dos bolígrafos caros. Me ensimismé. Se alzó otra vez la brisa. Me giré. El resto de una sombra que había pasado por mi lado doblaba la esquina en dirección contraria. De nuevo el cosquilleo, esta vez más fuerte. Me quedé mudo. Siempre que esto sucede me quedo mudo. Había vuelto a cruzarme con mi destino.

martes, 9 de marzo de 2010

CASTING PARA INOLVIDABLES E INDISPENSABLES I

EL NENE SEVILLA

¿Queréis que os cuente quien fue el Nene Sevilla? No tiene ningún misterio, fue un muerto de hambre que decidió meterse en esto de los asesinatos por encargo. Lo normal cuando uno tiene las hambres acumuladas de siete de familia, incluyendo a mayores dos cuñadas y una sobrina ciega. Lo normal cuando a las dos de la tarde arreciaban los reproches en vez de aparecer la comida. Yo no soy ningún inútil. ¿Tú? ¿A quién vas a matar tú, Nene Sevilla? ¡Cómo no sea de un susto al verte! Porque tú eres un rato feo, Nene Sevilla. Y flojo, muy flojo, hijo; hasta entre las sábanas, que ya no sé si darte un beso o hacerte el boca a boca. Yo… ya lo veréis. Voy a preparar una carnicería. Y me abro que no quiero…

El Nene Sevilla tuvo mala suerte porque toda su familia, cuñadas incluidas, le daban a la lengua en cada calle, por las tiendas, en las colas del paro y siempre contaban lo bragao que era el Nene Sevilla. Este, decían, va a cometer un crimen tan grande que va a pasar de barbaridad p’arriba. ¿Por venganza? ¡Que va! Por la Plaza Mayor o por las Delicias. ¿Por encargo? ¡No! Pa solucionar la vida. Pero ¿él solo? O con su organización o con su banda o con un comando. ¿Y no tiene miedo? ¿De quién? Si esto que hace es secreto y no lo sabe nadie y menos que nadie, la policía.

El Nene Sevilla se fue a beber cerveza barata, como cada día a un bar de las afueras que le pagaba así que cargara las cajas y los bidones, limpiara el almacén y fregara el pequeño patio trasero. Se cortó la mano derecha con un cristal de botella que no vió. Soltó un juramento y se limpió en la camiseta la mano renegrida. Al Nene Sevilla lo detuvieron en esa misma cantina, lo acusaron de un crimen atroz al final de las Delicias, un político muy célebre. Le golpearon la cabeza contra el suelo al detenerlo. Fuiste tú, fuiste tú, eh Sevilla. ¿Yo? ¿El qué? Fuiste tú. Toda la ciudad lo sabía. Ibas a hacer algo grande. Muy sonado. Se contaba por cada esquina. Yo sólo he descargao cajas y bidones. ¿Y esa sangre en la camiseta? De la mano, me corté con una esquirla. Pues prepárate por la que se te viene encima.

El Nene Sevilla empujó al policía y echó a correr pero estaba torpe y lo bastante borracho para no oír que le echaban el alto. Corrió casi hasta alcanzar la esquina, dio una voltereta de gato y se quedó sin aliento panza arriba con cara de asustao sin saber por qué se le había ido la vida.

domingo, 7 de marzo de 2010

PERO JUSTO ESA ES

Estoy agotando todos los títulos posibles para historias que seguramente ya no escribiré. Acabo de desechar treinta y dos y he de reconocer que al menos cuatro no estaban mal. Mi amigo Juan, y único lector, me dice que esto es un derroche de energía innecesario, que basta con que nunca escriba las historias y ya está. Pero yo sé que no es igual, porque si no me deshago de todas esas palabras y frases, como puedo estar seguro de que pretendía escribirlas. Mi amigo Juan, y único lector, me dice que lo que tengo que hacer es escribir historias, no borrar títulos. Dice que debo mirar al lado positivo en el que un lector como él mismo pueda disfrutar con asuntos y argumentos que a él no se le ocurrirían. Dice que debo pensar en historias que empiezan, siguen y acaban. Las bonitas historias de toda la vida. Y resulta que ya solo tengo resuelta una historia, pero justo esa es la historia más cruda de frontera, la de la frontera misma y todavía no he encontrado el valor para escribirla.

jueves, 4 de marzo de 2010

CRÓNICA DE DESASTRES

Por no andar en tópicos otra vez, no voy a anotar aquello de que el resumen de la vida está en lo que se lleva. Así que empezaré de nuevo. El resumen de la vida suele ser un libro mayor de asientos truncados y un libro menor de recetas, consultas, padeceres, intervenciones, convalecencias, revisiones, rehabilitaciones. Lo que se llama un historial médico.

En el libro mayor constan por estricto orden todos los fracasos, desde la primera bravata adolescente hasta la última amistad que se ha dado de baja mediante silencio administrativo, que es un método muy español. Por apartados figuran: los sueños no alcanzados, las promesas incumplidas, las espantadas, las rendiciones.

Lo peor de todo es caminar cada día con ese mamotreto abundante que rebosa de nombres de antiguos amigos, como un cementerio bélico: Desaparecido el tantos de tal. Lo peor es el eterno regreso a puntos perdidos en el desembarco de esta batalla de la vida: “cuando yo era niño”, “recuerdas aquel verano de nosecuántos, a ti te estaba saliendo el bigote”. Es un no parar de mirar huellas fosilizadas, fotos de peinados irreconocibles, alardes del “con lo que yo era” o “aquello si que fue”.

Pero la vida, me dice mi amigo Rafa que ya está de vuelta de todo, no es una batalla, es una derrota, un desastre a plazo fijo que no tiene solución. Y siempre acabamos brindando por los que no hemos vuelto a ver.

sábado, 27 de febrero de 2010

TE VI Y...

La primera vez que te vi no me di cuenta de que tenías las manos pequeñas. Es verdad, aquella vez sucedió así, casi sin mirarte. Como en esos repasos fugaces con que los ojos barren las imágenes de un panorama para no recordarlas. De esa primera vez conservo tu impresión desasosegante. Un perfil grabado en la retina que no se borró ni con el sueño de tres noches. Por ese contorno supe que tenías las manos pequeñas y que no era probable que llegaras a amarme.

Volví a mirarlas, mientras escribían no sé qué. Pequeñas e impacientes, asfixiaban al bolígrafo, lo exprimían, lo torturaban infatigables por una senda de trazos veloces, ajenos como las nubes del pasado verano. De pronto, se detenían a pensar y se agitaban. Inesperadamente, frotaban las yemas. La materia del pensamiento regresaba. Volvían a escribir.

Finalmente encontré una de tus manos durante un saludo, un apretón cortés, una presentación necesaria que me trajo la certeza de haber llegado a la frontera que nunca traspasaríamos. Creo que era la mano izquierda. La derecha estaba vendada. Recuerdo que se demoró algo más de lo necesario apretando mi mano. La falta de costumbre.

A partir de ahí tus manos desgranaron para mí el mejor repertorio de caricias que encontré por mis sueños. Las compuse y recompuse con tactos diferentes, con frías ternuras, con desleídas fragilidades. Repasando lentas un centímetro de piel. Traspasándome audaces. Sosteniéndome sensibles el mentón.

Te he visto de nuevo. Sé que esta será la última vez. Y no me duele no volver a verte ni el no poder decirte ya lo que hice por ti. Sólo me queda el pesar de no contemplar tus manos en este fragmento final, al desviar los ojos.