miércoles, 5 de octubre de 2011

Este tunante poeta maestro humanista, Luis Miguel Rabanal, alivio de tostones!

Seguramente no tengo derecho a llamar amigo a ningún poeta, atendiendo al buen nombre de la palabra y a la reputación de los poetas, que en contacto conmigo se degradarían ambas al momento. Seguramente no tengo derecho ni a acercarme a la poesía para no enturbiarla con mis silabeos, con mis gustos, con mi entendimiento. Seguramente. Pero desde hace tiempo me empeño en acercarme a las orillas de los libros de Luis Miguel Rabanal por ver si soy uno de los afortunados a los que sus palabras tocan y curan, de males que no pienso repetir aquí. Me acerco y le llamo maestro, porque en mi ignorancia creo que lo es. Maestro que me lleva por la extraña simetría de sus versos, que me abandona en la infeliz geografía de su Olleir huérfano, que me orienta en la dureza de la insistencia humana en pasiones o en pasajes.
Este poeta es un tunante que cuando me tiene más embobado sacándose rebeliones de la nada y haciéndose melindres con la ira, se gira bruscamente y palabra a palabra construye otro libro para que no me quede más remedio que peregrinar hasta otra nueva orilla. Y entonces me pide parecer, él, el que nunca juzga, me pide parecer sobre versos y renglones para los que no estoy preparado y que nunca llego a comprender. Así que repito enfervorecido sus palabras en público y corro a conjurarme en privado con otros de mi calaña, y lo invocamos en una esquina filosa para que el invierno castigue su nombre con inclemencias sin cuento que le hagan volver miradas de misericordia a los que buscamos su aliento mecánico en tardes de tedio provincial.
Este tunante poeta maestro humanista, Luis Miguel Rabanal, alivio de tostones me descubre un mundo que nunca tuve, me entrega realidades que no poseo y me guía desde el rumor electrónico por empeños que me ofrece tanto como me niega.
Sabed que sólo él posee horas propias en los dominios nocturnos del tiempo, dominios que no puede reconocer abiertamente salvo que quiera perderlos. Sabed que en esas horas nos piensa en nuestra correcta dimensión y se apiada de nuestra presencia inútil e impertinente y nos abre la puerta de su república para que nos acojamos a sembrado y creamos propios los poemas que él nos piensa.
¿Dije ya que consiente en ser llamado amigo?

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