lunes, 26 de septiembre de 2011

AL RUMOR QUE ACUNA LA HIERBA

Un día de estos, al fin, me propondré no leer más, ni comprar un libro que me cuide la sombra al final del brazo. Y no leeré, porque el fracaso también se encarrila por renglones que van de la ignorancia a la fatiga, por raíles de nada y de desidia etiquetados y debidamente contenidos en perfecta geometría bastardilla.
Ese día, que digo y que no llega, dejaré de molestar cada tarde mi exigua biblioteca y permitiré que se extingan los ecos de cada palabra, de cada sílaba, de cada letra. Apagaré mi boca al dictado, mi mano al trazo y mi oído al rumor que acuna la hierba.
Ese día firmaré la página en blanco con que saldo la cuenta y diré al oído de quien me asista el nombre impronunciable del amor, de la pasión, de la calma y de la belleza. Y lo condenaré a recuerdos que ni siquiera sospecha.

7 comentarios:

silvia zappia dijo...

de verdad harás eso? y así, tan bellamente?

besos*

AVELLANEDA dijo...

Así lo haré. Aunque no sé si es bello.

Noemí Carro Sánchez dijo...

¿Cruel, por revelarle la maravilla al ignorante?

AVELLANEDA dijo...

Diste en el clavo, Noe. Pero, por qué lo preguntas?

Graciela L Arguello dijo...

Tu silencio no saldaría tus deudas, sólo la belleza de tus palabras podría hacerlo, pero como sea ya nos has condenado a recuerdos que ni siquiera sospechábamos

AVELLANEDA dijo...

Esa es la verdad, Graciela. Siempre nos condenamos a recuerdos insospechados con las gentes más familiarmente desconocidas. Y nos gusta. ¿Y el beso?

Graciela L Arguello dijo...

Beso!!!!