domingo, 9 de diciembre de 2007

LOS INTERESES CREADOS CUMPLEN 100 AÑOS



Tal día como hoy, esta obra del Nobel Benavente, hace 100 años, se estrenó en Madrid, en el mítico Teatro Lara. Claro que por entonces el teatro no servía a los intereses de las intituciones ni de los gobiernos, pero esta obra ya anunciaba intereses y lodos en los que hoy se enfanga el teatro servil, pagado con premios gubernamentales, cebado con dinero público subvencionado.

Mi homenaje a aquel dramaturgo al que han coincidido en ocultar y vituperar la censura, el franquismo, la progresía de izquierdas y la literatura impuesta por el Misterio de Esfumación de la Conciencia (antes Educación y Ciencia, que también era un nombrecito digno de Muñoz Seca)y al que siempre vuelve a salvar el público, en su sabiduría más profunda y menos dirigida o medrosa.

Dos picaros llegan a una ciudad donde uno de ellos, Crispín, con sólo su facundia, impone el crédito de Leandro como
persona rica, generosa y culta, con la idea de preparar un golpe que consiste en que
Leandro enamore a la hija de Polichinela, el hombre más rico de la ciudad, y se case
con ella. La realidad se impone y Leandro se enamora de la joven y ésta de él.
Polichinela reconoce a Crispín, se da cuenta de lo que trama, pero no puede escaparse
de las redes que éste le ha tendido. Al final le atrapan con la ayuda de todos
los acreedores quienes, convencidos por Crispín, ven en la boda de los dos jóvenes la
única solución para recuperar su dinero. Hasta la Justicia se verá remunerada por esta
solución pragmática, aunque fraudulenta, propuesta por Crispín. La solución, que es
inmoral, es aceptada por todos y tolerada por el público ya que Polichinela, cuya conducta
anterior ha sido ruin, se hace merecedor de este castigo. Su hija está genuinamente
enamorada de Leandro, éste ha demostrado tener buenos principios, y Crispín
promete retirarse de la ciudad. No hay, pues, víctimas, excepto la que, ya hemos visto,
es merecedora de un castigo por sus crímenes anteriores. Además, todo quedará justificado
por el amor y Crispín, por aquello de que "ladrón que roba a ladrón, tiene
cien días de perdón."

LOS INTERESES CREADOS

He aquí el tinglado de la antigua
farsa, la que alivió en posadas aldeanas
el cansancio de los trajinantes,
la que embobó en las plazas de
humildes lugares a los simples villanos,
la que juntó en ciudades populosas
a los más variados concursos,
como en París sobre el Puente
Nuevo, cuando Tabarín desde su
tablado de feria solicitaba la atención
de todo transeúnte, desde el
espetado doctor que detiene un momento
su docta cabalgadura para
desarrugar por un instante la frente,
siempre cargada de graves pensamientos,
al escuchar algún donaire
de la alegre farsa, hasta el pícaro
hampón, que allí divierte sus ocios
horas y horas, engañando al hambre
con la risa; y el prelado y la
dama de calidad, y el gran señor
desde sus carrozas, como la moza
alegre y el soldado, y el mercader
y el estudiante. Gente de toda condición,
que en ningún otro lugar se
hubiera reunido, comunicábase allí
su regocijo, que muchas veces, más
que de la farsa, reía el grave de ver
reír al risueño, y el sabio al bobo,
y los pobretes de ver reír a los grandes
señores, ceñudos de ordinario,
y los grandes de ver reír a los pobretes,
tranquilizada su conciencia
con pensar: ¡también los pobres
ríen! Que nada prende tan pronto
de unas almas en otras como esta
simpatía de la risa. Alguna vez, también
subió la farsa a palacios de
príncipes, altísimos señores, por humorada
de sus dueños, y no fue allí
menos libre y despreocupada. Fue
de todos y para todos. Del pueblo
recogió burlas y malicias y dichos
sentenciosos, de esa filosofía del
pueblo, que siempre sufre, dulcificada
por aquella resignación de los
humildes de entonces, que no lo esperaban
todo de este mundo, y por
eso sabían reírse del mundo sin odio
y sin amargura. Ilustró después su
plebeyo origen con noble ejecutoria:
Lope de Rueda, Shakespeare, Molière,
como enamorados príncipes
de cuento de hadas, elevaron a Cenicienta
al más alto trono de la
Poesía y el Arte. No presume de
tan gloriosa estirpe esta farsa, que
por curiosidad de su espíritu inquieto
os presenta un poeta de ahora.
Es una farsa guiñolesca, de asunto
disparatado, sin realidad alguna.
Pronto veréis cómo cuanto en ella
sucede no pudo suceder nunca, que
sus personajes no’ son ni semejan
hombres y mujeres, sino muñecos
o fantoches de cartón y trapo, con
groseros hilos, visibles a poca luz y
al más corto de vista. Son las mismas
grotescas máscaras de aquella
comedia de Arte italiano, no tan
regocijadas como solían, porque han
meditado mucho en tanto tiempo.
Bien conoce el autor que tan primitivo
espectáculo no es el más digno
de un culto auditorio de estos tiempos;
así, de vuestra cultura tanto
como de vuestra bondad se ampara.
El autor sólo pide que aniñéis
cuanto sea posible vuestro espíritu.
El mundo está ya viejo y chochea;
el Arte no se resigna a envejecer, y
por parecer niño finge balbuceos. . .
Y he aquí cómo estos viejos polichinelas
pretenden hoy divertiros
con sus niñerías.

CUADRO PRIMERO
(Plaza de una ciudad. A la derecha,
en primer término, fachada de una
hostería con puerta practicable y en
ella un aldabón. Encima de la puerta
un letrero que diga: “Hostería’).

LEANDRO.-Gran ciudad ha de ser
ésta, Crispín; en todo se advierte su
señorío y riqueza.

CRISPIN.-Dos ciudades hay.
¡Quisiera el Cielo que en la mejor
hayamos dado!

Los intereses creados (9 de diciembre de 1907), hábil combinación de sátira y humor, donde culmina su arte innovador. En ella se ponen en movimiento los personajes de la «commedia dell'arte» italiana, con psicología española, y se hace una sutil y perspicaz crítica del positivismo imperante en la sociedad contemporánea. La obra logró tan entusiasta acogida, que el público enfervorizado llevara a su autor en hombros hasta su domicilio, al término de su representación en el Teatro Lara de Madrid.

Enhorabuena, Maestro

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