sábado, 31 de diciembre de 2011

VENCE EL PLAZO

Empieza a anochecer y el hombre que trae el año nuevo no ha llegado. Por fortuna, la noche es clara a pesar de esas nubes sucias que andan presagiando nieve. Pero no nevará. Un viento helador retiene los copos en sus huecos de cristal y duerme el humo de las chimeneas más rezagadas.
El camino sigue vacío, el plazo vence y no hay señal del hombre que ha de traer el año.

jueves, 22 de diciembre de 2011

La Maestra en La Hubiera

Al amanecer ya anda la Maestra hurgando entre los musgos y líquenes de las peñas que rodean Platadilla. Llegó de madrugada, con sigilo, cuando toda La Hubiera reposaba silenciosamente en el centro de la primera niebla de invierno.
Camina pausadamente entre los filos de las rocas. De pronto, se detiene mira con detenimiento una pequeña formación mineral, la roza, la golpea y se queda un momento en suspenso. Cuando se incorpora, parece más alta que antes. Lleva entre las manos unas lajas y un puñado de tierra. Entonces sonríe, inclina la cabeza, se balancea y comienza a bailar rítmica, enérgicamente. Solo ella atiende la danza del planeta. Un tango. Y baila, y baila.
Entre los humos que despiertan el pueblo se oyen los ladridos de los careas que ya apuran la vida en los corrales. Despiertan algunas voces, muchas toses y un creciente batir de puertas y ventanas.
La Maestra alza la mano y dibuja, exacta, la silueta de la sierra blanqueante que se asoma tras las cortinas de niebla. A sus espaldas alguien pregunta ¿Eres tú, Maestra? ¿Cuándo llegaste?

domingo, 18 de diciembre de 2011

LA HUBIERA

La Hubiera es la casa que de huéspedes de Platadilla. Nunca se construyó, pero sería magnífica su ubicación allí si la hubiera. Por eso se llama así. Estos días anda en revuelta constante. Un trasiego incesante de apremios para disponer las alcobas y las salas que han de acoger a los invitados que llegarán en san Esteban.
En el ir, las cofias abrillantan los cristales de la galería que miran al pinarillo de Vaciamorales. En el venir, las cofias secan y disponen la loza en los vasares y las cuberterías de alpaca, recién lustradas, sobre los lienzos espesos. Toda la mansión templa piedras y caldea ambientes, del vestíbulo a los desvanes, de la biblioteca al cenador de deshoras.
Se han encendido los faroles del caminillo de la carretera y el guarda tras la cancela espera la llegada de los cocheros que salieron hace varios amaneceres con sus galeras y coches de punto urgente. En la carretera no suenan hierros ni pezuñas ni juramentos ni voces. La loma está despejada. Las nieblas duermen en lo profundo de los arroyos.
La Hubiera se enciende sobre el pardo del anochecer. Faltan pocos días.

sábado, 10 de diciembre de 2011

DICKENS EN PLATADILLA.

Desde la pared noroeste de Platadilla no se ve el margen izquierdo del Támesis los días de niebla intensa. Don Carlos pasea arriba y abajo a lo largo de la línea de piedras; abajo y arriba, y vuelta a empezar. Se detiene junto al portillo y husmea desde allí el olor de betunes que sube desde el río podrido. Entonces anota algo sobre una losa, con una caligrafía lenta y persistente. Firma Dickens, siempre, pero se abstiene de rubricar el apellido. Alza otra vez la barbilla, reta la cumbre azuleante del Teleno y el viento que le descoloca las ondas del cabello, cuidadosamente asentadas, le arranca unas lagrimillas insípidas. Asienta los pulgares en los segundos bolsillos del chaleco y vuelve a pasear junto a la pared dictando a la hierbaloca la sentencia del mundo:
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al..."

Cada enero el señor Dickens, don Carlos, regresa a Platadilla para recoger las letras que quedó a deber a Peggoty, para resembrar el silencio que hurtó a sus editores.

viernes, 2 de diciembre de 2011

PLATADILLA

Platadilla linda por tres cuartos del oeste con la bisectriz que baja las friuras de la montaña azul; por el sur, con la vista del montecito que cuida el vertedero; casi limita por el este con las agujas de la catedral rosa, más arriba de la primera carballeda.
Platadilla tiene tres clases de hierbas no comestibles para ninguna especie, una larga murallita de piedras desiguales que a cada rato bajan a buscar las zarzas y un árbol que creció, contra toda probablilidad, en el único sitio que no se le esperaba.
Platadilla no es un praderío, ni un predio, ni una cota, ni un pago. Es el país donde siguen ocurriendo las invasiones agraces de los dientes de leche y de la escarlatina. Es la tierra prometida adonde llegan casi nunca tantos éxitos imprevistos.
Yo soy de allí, estoy allí, habito allí y ya no he vuelto a vigilarla desde las almenas septentrionales. No os espero.